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Martin Gonzalez Avila 23.11.2022

#Opinión | Cuando los pueblos se deciden "Durante treinta años, los grandes terratenientes cultivadores de caña de azúcar le habían disputado a Anenecuilco los ...derechos sobre las tierras y las aguas de la comarca. En los campos, a lo largo de las acequias de riego y en tribunales, los de Anenecuilco habían luchado por sus derechos a los recursos locales; pero, por lo general, gracias a que los hacendados influían poderosamente en el gobierno federal de la Ciudad de México, a que dominaban el gobierno de Morelos y tenían sujetos a los funcionarios de las cabeceras de distrito, los del pueblo perdieron sus pleitos". "Los cuatro ancianos que componían el concejo regente de Anenecuilco reconocieron públicamente que no se sentían capaces de dirigir el pueblo...No hay testimonios de que hubieran fracasado por falta de valor o por negligencia. Por lo que se sabía, seguían siendo hombres de carácter firme y lealEran como dijo su presidente (que tenía más de setenta años), demasiado viejos...Tener que tratar con los administradores y los capataces de los hacendados...enfrentarse al jefe político de Cuautla, andar contratando abogados, desplazarse para ir a hablar con el nuevo gobernador, tener que hacer viajes a la Ciudad de México, inclusive, resultó, de pronto, ser demasiado para hombres viejos. Precisamente porque los concejales eran personas con sentido de responsabilidad, por tradición y por carácter, decidieron traspasar su autoridad a otros que pudiesen dirigir a la gente del pueblo. En la tarde del 12 de septiembre de 1909, los hombres de Anenecuilco se reunieron a la sombra de las arcadas que se levantaban detrás de la iglesia del pueblo...Se encontraban allí la mayoría de los que eran cabeza de familiaLlegaron de 75 a 80 hombres...Era necesario elegir hombres nuevos, más jóvenes, para que los representaranMerino (presidente del concejo) pidió candidaturas. Modesto González fue el primero en ser propuesto. Luego, Bartolo Parral propuso a Emiliano Zapata y éste, a su vez, propuso a Parral, se hizo la votación y Zapata ganó fácilmente. A nadie sorprendió. Zapata era joven, pues apenas en el mes anterior había cumplido los 30 años, pero los hombres que votaron lo conocían y conocían a su familia, y consideraron que si querían que un hombre joven los dirigiese, no podrían encontrar a ningún otro que poseyese un sentido más claro y verdadero de lo que era ser responsable del pueblo Zapata habló brevemente. Dijo que aceptaba el difícil cargo que se le había conferido, pero que esperaba que todo el mundo le diese su apoyo". "Zapata amplió la esfera de su actividad. Gente de la cabecera municipal se le sumó ahora, lo mismo que agricultores del pequeño poblado de Moyotepec, situado más al sur: Muchos hicieron aportaciones al fondo de defensa de Anenecuilco y respetaron las decisiones de Zapata en materia de títulos de propiedad de los pueblos y asignaciones de lotes individuales. En cada región disputada, Zapata derribó cercas de las haciendas, habló con los agricultores del lugar y distribuyó lotes. Así, a medida que, por su desafío, el orgullo de esos agricultores fue aumentando, también creció la reputación de Zapata" Zapata y la Revolución Mexicana. John Womack Jr. Las injusticias contra los trabajadores continúan, de otra manera, pero la vida para el pueblo sigue siendo muy dura, soportando la falta de empleos bien pagados, vivienda y servicios, atención médica de calidad, escasez de medicamentos; en esta realidad que ahoga, es importante recordar la lucha de Emiliano Zapata, un producto legítimo del pueblo mexicano, que encabezó a los suyos contra las injusticias de un gobierno que sólo apoyaba a los poderosos, aprendamos de nuestra historia; ante un gobierno tirano, la organización del pueblo. #Sígueme en Twitter: https://twitter.com/PedroMtzCo/status/1471486202138472448

Martin Gonzalez Avila 23.11.2022

LA FALSA CONCIENCIA Por: Aquiles Córdova Morán Le llaman, todos, corrupción. Es decir, pudrición, descomposición, drástica separación de la norma que sería, se ...entiende, antípoda irreconciliable de tales desviaciones. Pero no es corrupción, no es abandono voluntario y culposo del buen camino, sino la necesaria consecuencia, la férrea e ineludible manifestación de la ley básica que, en lo económico y en lo moral, rige y gobierna a las sociedades democráticas, libres, y que sí se expresa cuando se intenta reprimirla de modo arbitrario y voluntarista. La meta suprema en la sociedad capitalista, de libre mercado, aprobada y aplaudida por sus fuerzas más representativas, es el lucro individual, el máximo enriquecimiento personal, la máxima acumulación de dinero y bienes materiales, a costa de lo que sea. Quienes logran alcanzar dicha meta pueden sentirse realizados, hombres felices. La riqueza acumulada los hace honorables, respetables, invulnerables; les da prestigio, fama y poder ¿qué más pueden desear? Y todo el mundo sabe que, en una sociedad democrática, el camino más legal, seguro y rápido para lograr el ansiado enriquecimiento personal, es el negocio, el comprar y/o vender lo que sea, con tal de obtener una ganancia lo más abultada posible. La característica distintiva del capitalismo en este sentido, en comparación con las formaciones socioeconómicas que le precedieron es, precisamente, la universalización del comercio. En el capitalismo, a diferencia de las sociedades antiguas, todo se vuelve mercancía, todo se compra y se vende, todo puede ser objeto de comercio y negocio, incluidos, aunque a muchos repugne e indigne tanta crudeza, la fuerza humana de trabajo, la justicia, la dignidad y el decoro. Pero el derecho a la acumulación sólo en teoría puede ser universal, para todos; en la práctica sólo puede existir para algunos a condición de negársele a los demás, a la inmensa mayoría de la sociedad. Así, los grandes negocios, aquellas actividades que garantizan verdaderas y gigantescas utilidades, son monopolio de unos cuantos, de los multimillonarios y los políticos poderosos; al resto de la sociedad se le condena a recoger las migajas que caen de la mesa del gran banquete y, a los menos afortunados, que son la mayoría, se les obliga de plano a renunciar a su "derecho de hacerse ricos", atándolos al potro de tortura de un "puesto burocrático" cualquiera con un sueldo fijo. Pero por todo el cuerpo de la sociedad está diseminado el virus de la ambición, el principio del lucro y del enriquecimiento personales. La clase dominante, con sus grandes lujos y dispendios, pone el ejemplo. Los empleados, los funcionarios menores, los trabajadores en general, viven continuamente acicateados por esta doble realidad que los empuja de modo irresistible, a tratar de imitar a los poderosos. Y no teniendo nada más qué vender, nada más qué negociar, terminan vendiendo las funciones inherentes a su desempeño, terminan vendiendo los escasos favores que pueden conceder desde su modesto (a veces no tanto) cargo. La "corrupción", pues, la prevaricación con los cargos públicos, vista desde el ángulo de quienes la cometen, no es un delito ni mucho menos una transgresión flagrante a las normas fundamentales y a la moral del sistema, sino una protesta legítima en contra de la injusticia que supone la conculcación de su derecho a la "libre empresa" y una manera expedita de convertir en realidad el carácter universal del derecho al "libre comercio". Cuando un empleado bancario se queda con la mitad del crédito otorgado a un núcleo ejidal, cuando un chofer roba las alcancías de su unidad, cuando el director de un reclusorio vende el permiso para que ciertos presos puedan introducir en sus celdas artículos de lujo, cuando el gerente de una compañía nacionalizada saquea el patrimonio de la misma, no está haciendo otra cosa que obedecer el mandato básico que el sistema capitalista ha inscrito en su pórtico, con letras de bronce, para todos sus hijos: ¡enriqueceos cuanto podáis y como podáis! Todo esto demuestra, palmariamente a mi juicio, que la prevaricación, que la falta de probidad y honradez de los funcionarios públicos, no es una corrupción, una descomposición de los mismos, sino un fruto legítimo y consustancial del sistema de "libre empresa", así como de la injusta distribución de la riqueza social y de las oportunidades vitales que conlleva. Demuestra, por tanto, que es vano empeño querer erradicar tales prácticas con medidas administrativas y policíacas. La prevaricación no desaparecerá jamás mientras exista el sistema capitalista, pero puede atenuarse y disfrazarse, hasta hacerla tolerable. Sólo que para eso, lo que se requiere no es un código penal más riguroso ni una policía más feroz y represiva, sino una mejor distribución de la riqueza nacional, una rápida y drástica atenuación de los contrastes agudos entre opulencia y miseria, una mayor congruencia del sistema con sus propios postulados básicos de justicia social. La idea de que quienes trafican (es decir, comercian) con sus puestos, con sus funciones y responsabilidades, son la excepción y son la manifestación de la descomposición de ciertas partes del sistema que basta con extirpar, es una idea falsa, es una falsa conciencia de la sociedad que así se defiende por un impulso de sicología social bastante conocido, de sus propios errores y contradicciones. Pero una falsa conciencia conduce siempre a una falsa solución de la que, en un gran número de veces, las principales víctimas, cuando menos en lo inmediato, son los miembros más débiles y desprotegidos de esa misma sociedad, es decir los trabajadores y sus familias. Por eso es preferible, siempre, el conocimiento de la verdad científica aunque duela. Sólo este conocimiento facilita las soluciones verdaderas al menor costo para las grandes masas.

Martin Gonzalez Avila 23.11.2022

¡SOLTAR LAS AMARRAS AL PUEBLO! Por: Aquiles Córdova. Partiendo de la tesis de que la Revolución mexicana, sus caudillos e ideólogos principales, en la medida en... que lo fueron, jamás se propusieron otra cosa que barrer enérgicamente con los vestigios feudales que trababan el desarrollo del capitalismo, sobre todo en el campo, y garantizar las condiciones de todo tipo para el quehacer y la prosperidad económicas de una burguesía nacional emergente; esto es, partiendo de la idea de que la Revolución Mexicana triunfante jamás se propuso otra cosa que instaurar en el país un capitalismo pleno, hay que interpretar el punto de vista de quienes sostienen la tesis de la desviación, del abandono del camino original como la fuente y la causa fundamental de nuestras dificultades actuales, en el sentido de que, de no haber ocurrido tales desviaciones, hoy disfrutaríamos de un capitalismo eficiente, esto es, de un capitalismo capaz de generar, en la cantidad y calidad suficientes, todos los satisfactores materiales y espirituales que está demandando la sociedad mexicana, y capaz, también, de distribuirlos de manera aceptablemente equitativa. Tal punto de vista, como es fácil entender, no cuestiona la parte esencial del sistema, su carácter capitalista, sino, justamente, su falta de integridad, esto es, el no haber sabido ser un sistema suficiente y completamente capitalista. La claudicación y el abandono de que se habla, pues, serían la claudicación y el abandono de una senda consecuentemente capitalista. Los partidarios de este enfoque explican las desviaciones y traiciones a los principios y metas originales de la revolución por la falta de visión, honradez, patriotismo y audacia de que dio muestras el grupo en el poder, desde el fin del periodo presidencial del General Lázaro Cárdenas; y no faltan quienes culpan al mismo Cárdenas de ser el iniciador de este proceso, con su designación en favor del General Manuel Ávila Camacho para presidente de la República. Otros, más prácticos quizás, sitúan el punto de vista más cerca, en el sexenio del Lic. Luis Echeverría Álvarez. Consecuentes con este enfoque del problema, reducen la tarea del ahora al simple relevo de hombres en el poder: si la causa de nuestros males radica en que nos gobiernan hombres antipatriotas, deshonestos, desleales y prevaricadores, el remedio está en desplazarlos y colocar en su lugar a otros que no lo sean, a hombres que, por sus virtudes, sean capaces de llevarnos a reencontrar el rumbo hace tiempo abandonado, para continuar por el camino de una Revolución en perpetuo ascenso. Aceptar esta explicación del problema es, a todas luces, aceptar una visión subjetivista, impotente, de la historia. Ésta tendría como explicación última la voluntad arbitraria, el capricho o la maldad de los hombres, sin que podamos nunca saber de dónde proceden, cuál es el origen de esos caprichos y maldad y sin que podamos, por tanto, hacer nunca nada para poner remedio a la situación. Esta visión olvida, intencionalmente quizás, que la experiencia histórica enseña que aun las tareas mismas del capitalismo sólo pueden realizarlas plenamente, y llevarlas hasta sus últimas consecuencias, la energía y la participación consciente, activa y convencida de las grandes masas populares. De aquí se desprende fácilmente que el pecado capital del sistema surgido de la Revolución Mexicana, el que explica, incluso, que haya sido posible que se pusieran al timón de la misma hombres dispuestos a traicionarla, radicó en su política de corporativización, manipulación y sometimiento de las grandes masas populares, de las grandes masas de obreros y campesinos a los intereses y designios del gobierno. O, dicho de otro modo, en la cancelación drástica de su participación libre, activa y consciente. Naturalmente que esto tampoco ocurrió por el simple capricho del grupo en el poder. La corporativización y sometimiento de las masas trabajadoras mexicanas, casi desde el inicio mismo de los regímenes revolucionarios, obedeció a una férrea necesidad de controlarlas absolutamente, impuesta tanto por el carácter capitalista del proceso que se iniciaba como por la delicada coyuntura mundial de aquel momento; es decir, que los hombres en el poder no habrían podido hacer otra cosa aunque así lo hubieran deseado. De donde se desprende, como lo he sostenido en otra ocasión, que la actual situación que vive el país no puede visualizarse como un accidente o como el fruto de un plan maquiavélico del grupo en el poder para traicionar los postulados originales de la revolución, sino sólo como la consecuencia necesaria del carácter capitalista del proceso y de las circunstancias históricas en que éste surgió y se ha venido desarrollando. El capitalismo mexicano ha devenido en un capitalismo débil, ineficiente y en crisis porque es un capitalismo que se ha venido construyendo sin la acción consciente y libre de las masas, sin su impulso consecuentemente revolucionario. Los hombres en el poder han rehuido al control, la vigilancia y la presión de las masas, recluyéndolas desde el principio en organizaciones-cárcel y corporativizándolas a través del partido oficial. De aquí se desprende también, entonces, que no es verdad que la tarea política del momento consista esencialmente en dar la batalla para desalojar a los corruptos y prevaricadores del poder y sentar en su lugar a los autodeclarados patriotas, honestos, leales y revolucionarios. Estamos completamente seguros de que, sin una real liberación de las masas de su cárcel organizativa, sin una participación activa y consciente de las mismas en la reconstrucción del país, las cosas seguirán igual o peor que ahora, quien quiera que sea el grupo o persona que ocupe el poder. Por tanto, la tarea central del momento consiste en liberar a las masas de sus tradicionales cadenas organizativas, en conquistar para ellas el derecho a organizarse en forma absolutamente libre e independiente del gobierno, y en concientizarlas y prepararlas para su participación activa y revolucionaria en la solución de los grandes problemas nacionales. Y es tan cierto esto que el mismo sistema tiene, desde mi punto de vista, en la liberación, la organización y la participación consciente de las masas en las grandes cuestiones nacionales, la única y última opción verdadera para reconquistar la confianza del pueblo, para derrotar legalmente a sus enemigos y para evitar la colisión de las clases, que de otra manera se avisora inevitable. Debería, por tanto, decidirse de una vez a cortar las amarras del pueblo, pasando, si fuera necesario, sobre los intereses mezquinos que se opongan a tal medida. Porque si no lo hacen por conveniencia los hombres del poder, las masas lo harán, de todos modos, más pronto que tarde.

Martin Gonzalez Avila 22.11.2022

Éste tipo de cosas es lo que espera asientos, en caso de ganar morena. #NoALaViolenciaEnAsientos

Martin Gonzalez Avila 22.11.2022

PRENSA Y VERDAD Por: Aquiles Córdova Morán ... La cultura dominante es la de la clase dominante. Por eso, la opinión pública, educada por aquella cultura, está llena de mitos y creencias que pasan por verdades irrefutables, pero que, realmente, no resisten el menor intento de análisis serio. A este tipo de "verdades" (que, bien pensadas, son en realidad exactamente lo contrario de lo que aparentan), pertenecen creencias tales como la honradez inmaculada de los ricos, el paradigmático respeto de la policía a las leyes, la asepsia moral de los funcionarios públicos de alto nivel y, naturalmente, el carácter indiscutiblemente verdadero, cierto, de todo lo que dice la prensa. En relación con esto último, las cosas llegan a tal grado, la creencia ha penetrado tan profundo que no son sólo los ciudadanos comunes y corrientes, poco educados y enterados del acontecer cotidiano, quienes la adoptan, la sostienen y actúan en consecuencia; son también profesionistas especializados, hombres de ciencia educados en el pensamiento crítico, quienes dan por bueno este principio y se apoyan en él para la realización de sus actividades. Escritores, abogados, los propios periodistas, investigadores de las distintas ramas de la ciencia y, sobre todo, historiadores tienen en alto aprecio, casi como la fuente más primaria y segura de la verdad, la información periodística. Cuántos historiadores y biógrafos prestigiosos han reconstruido una vida o toda una época histórica (y han construido con ellas su propia fama de investigadores acuciosos y certeros) basándose fundamentalmente en el estudio y análisis del material periodístico de su época, dándolo, sin más, por objetivo, cierto e indiscutible. Y no es así. A poco que se piense, resulta claro que, por el contrario, es difícil encontrar otro medio más sometido que la prensa, hablada o escrita, a los vaivenes y los intereses económicos, políticos e ideológicos de los grupos y fuerzas dominantes de su sociedad coetánea. Hoy sabemos que la inmensa mayoría, si no la totalidad, de los órganos periodísticos que permean a una sociedad, no son la creación de grupos filantrópicos, enamorados platónicos de la verdad pura y del derecho de los ciudadanos a ser informados, sino propiedad de grupos específicos de poder, que procrean tales órganos informativos con el muy pragmático propósito de difundir sus propios puntos de vista y salvaguardar sus intereses políticos y económicos. Por tanto, no sólo las interpretaciones que dan de los hechos, sino la selección de los hechos mismos que acogen en sus páginas, están determinadas por esos intereses y propósitos y están, por lo mismo, muy lejos de constituir una visión equilibrada, objetiva y total de la realidad. De entre esos grupos de poder destaca, con mucho, como sabemos hoy también con toda seguridad, el propio gobierno que, como en México, llega a controlar más del 90 por ciento de los periódicos y noticiarios de radio y televisión que se difunden diariamente. Mucho de la visión que la prensa de un país da a los ciudadanos, pues, no es otra cosa que el punto de vista del gobierno en turno. Esto es lo que ocurre, pero no es lo que a los ciudadanos comunes nos gustaría que ocurriera. La sociedad civil (como ahora se dice) necesita y desea disponer de verdaderos órganos de difusión de sus necesidades, inconformidades y puntos de vista; órganos que le garanticen un acceso seguro, expedito y barato, sin distorsiones interesadas ni condicionamientos vergonzosos, o cuando menos molestos. El hombre de la calle, o sus órganos de representación legítima, clama porque la prensa nacional no distorsione la verdad ni discrimine los hechos en favor de los poderosos y los influyentes, porque sus problemas, necesidades y quejas se tornen importantes para los señores directores de periódicos y para los señores reporteros y editorialistas influyentes y que logren, si no desplazar (no sería justo ni posible), sí cuando menos figurar al lado de las notas sobre bodas elegantes, premios a intelectuales saturados de propaganda y grandes fotos sobre multitudes apretujadas en torno a un peregrino ídolo de rock. En síntesis, el pueblo pide que se democratice efectivamente la prensa. Como consecuencia de ello, estoy seguro que las demandas del periodismo nacional en torno a la dignificación, respeto y seguridad económica y física de la profesión, cuentan con el más amplio y profundo respaldo de la opinión pública nacional. Estoy seguro de que aun quien no lee periódicos consuetudinariamente apoya de forma decidida la idea de que el periodista debe alcanzar un estatus social que le permita vivir, con decoro y sin apremios, de su profesión, sin tener que vender la pluma o la conciencia para completar el gasto de la familia. Está de acuerdo en que, con el apoyo pleno de la sociedad en su conjunto en favor del periodista, deben acabarse las mordidas oficiales, los cobros extras por un periodicazo, los contubernios bien pagados para mentir en favor de uno y en contra de otro. Junto con esto, estoy seguro también de que la opinión pública reclama del periodista que cambie radicalmente su actual punto de vista sobre su profesión; que deje de concebirla como una fuente de influencia y privilegios personales y que comience a entenderla como un recurso inmejorable para dar voz a quienes no la tienen y, en consecuencia, como poderosa herramienta para contribuir al saneamiento y erradicación de todas las injusticias, de todas las lacras sociales, de todas las mentiras que están ahogando al país. Pide la opinión pública que la prensa deje ya de ser simple caja de resonancia, simple amplificador de las declaraciones, los intereses y los puntos de vista de los poderosos política y económicamente, o la patente de corso tras la que se escondan falsos prestigios revolucionarios para agredir, mentir y delinquir. Que el periodista honrado vaya más allá del boletín oficial, de la declaración del político o de la confidencia del amigo o la "fuente", para acercarse a los hechos mismos, para investigarlos, comprobarlos, tocarlos con sus propias manos, y así comprometerse con su información, así poder responder de la veracidad y objetividad de los hechos que maneja e interpreta. Si esto sucediera, creo sin exagerar que la propia historia, la del país y la del mundo, comenzaría a cambiar de forma y de contenido.

Martin Gonzalez Avila 22.11.2022

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Martin Gonzalez Avila 22.11.2022

EL EJÉRCITO Y LA POPULARIDAD DEL PRESIDENTE Por: Aquiles Córdova Morán Hay preocupación en el país por la creciente responsabilidad que el presidente de la Repú...blica está asignando al Ejército. La mayoría de quienes se han ocupado del tema, ven en ello una evidente militarización de la vida nacional, y los más audaces y consecuentes en el pensar, hablan de una entrega premeditada del poder a los militares, es decir, técnicamente hablando, de un golpe de Estado paulatino y subrepticio. Desde otra vertiente, muchos ven una contradicción inexplicable en la coexistencia de esta política de militarización y la gran popularidad del presidente según las principales casas encuestadoras. Según ellas, la aprobación del presidente es del 68%. Esta notable popularidad genera dos dudas razonables: 1) ¿cómo se explica en términos de opinión pública, cuando el balance del Gobierno de AMLO arroja cero resultados positivos en todos los rubros realmente importantes?; 2) si ese apoyo popular es cierto, ¿por qué el presidente se apoya cada vez más en el Ejército para gobernar? Sobre la primera duda, me parece acertada la opinión de una intelectual ligada al presidente y su 4T. Refiriéndose a los críticos del Gobierno dice: No ven, no podrían verlo, que son víctimas de lo mismo que enuncian. Están hechizados por el léxico que han ido coleccionando para descartar una por una las medidas de este gobierno y es ese léxico lo que les impide ver lo real. Y en seguida explica: Ese 50% de mexican@s cuya pobreza, real, no teórica, es una escasez diaria de comida, una habitación incómoda, un desamparo ante la enfermedad, empleos precarios o con salarios raquíticos y transportes públicos donde los cuerpos se aprietan. A esa mitad de hogares pobres del país, este gobierno los ha introducido en la narrativa del país y le ha dado una identidad de clase, cierto, pero de forma mucho más importante, los ha sentado a la mesa del presupuesto: les da dinero real, contante y sonante, cada mes alrededor de 6 mil pesos. Según el artículo, se entiende que para la gente de altos ingresos (como los analistas críticos de López Obrador) esos 6 mil pesos son nada, pero para un hogar pobre puede ser la diferencia entre irse a la cama con hambre o no, entre la mendicidad o una capacidad mínima de compra. De lo cual concluye: Eso los pobres y la realidad de su pobreza es lo que la Derecha no está viendo en su análisis de los hechos de este gobierno. Esa es la mitad de la población que pone a un lado cuando descalifica su gratitud a este gobierno con palabras como clientelismo o populismo. Esa mitad para la que tampoco tiene proyecto. Así se explica dice un 50% del 68% del total de la popularidad presidencial. El restante 18% lo pone la clase media que entiende que auxiliar a los pobres no es un mero acto de caridad () es un modelo económico, el modelo de la izquierda (Sabina Berman, EL UNIVERSAL, 5 de diciembre). Berman acierta sobre la popularidad del presidente, pero yerra cuando intenta defender a ultranza la política en que sustenta su prestigio. Se contradice flagrantemente cuando, después de enumerar las carencias más graves de los más pobres como falta de vivienda, desamparo en salud, empleos precarios, bajos salarios y pésimo transporte público, pasa, casi sin transición, a magnificar los seis mil pesos que les da AMLO cada mes, como si con ellos fueran a remediar las necesidades que ella misma señala. Y aunque al final de su artículo asegura que esa ayuda es solo el primer paso de varios más y más decisivos, no prueba que se estén creando las bases para hacerlos realidad. Afirma que las clases medias ilustradas (como ella), saben que ayudar a los pobres no es un acto de caridad, pero calla que es exactamente así como manejan la ayuda los encargados de su reparto y los promotores morenistas del voto; calla también la ausencia de reglas de operación precisas, de objetivos y metas bien definidos, de mecanismos de evaluación y de rendición de cuentas, lo que deja abierta la puerta al manejo clientelar y a la corrupción de los directivos. Es un hecho innegable la resistencia tenaz de las clases altas y de la clase política a reconocer como problema grave la desigualdad y la pobreza de las mayorías y a aceptar su responsabilidad social. Lo han hecho solo como gesto demagógico para hacer campaña política, pero ya en el poder, se han limitado a aplicar paliativos y mejorales (como los seis mil pesos de AMLO), y se rehusan a tomar acciones de fondo para erradicar la miseria. Ese es el gran error de la derecha, del centro y de las élites del dinero, y ese es, también, el gran faltante en los pujos de programa alternativo del bloque opositor, carencia que, de no corregirse, lo llevará de nuevo a la derrota. Sea como sea, Berman resuelve el enigma de la popularidad de López Obrador, pero queda en pie la segunda pregunta: ¿por qué un gobierno con tal respaldo popular se apoya cada día más en el Ejército para gobernar? En mi opinión, obedece a tres causas fundamentales. La primera es su tesis básica de que todos nuestros males derivan de la corrupción y no de la estructura del modo de producción vigente, es decir, para quién se produce, quién lo produce, cómo se distribuye lo producido y de qué manera reciben los productores directos, los trabajadores, la parte de riqueza social que les corresponde. De este complejo entramado de relaciones sociales surge inevitablemente la concentración de la riqueza, la desigualdad, la pobreza y todas las lacras consustanciales a ella, incluida la corrupción. Contra lo que AMLO sostiene, la corrupción no es causa sino efecto de la desigualdad y la pobreza. Este planteamiento del problema no es nuevo ni original del presidente; es algo muy antiguo, que puede rastrearse fácilmente incluso en las primeras culturas de la humanidad. Por ejemplo, no es raro leer que la decadencia y ruina del imperio romano se debió a la corrupción imperante en su seno. Ahora mismo, hay un movimiento universal que busca curar y perpetuar el capitalismo mundial mediante el combate a la corrupción. La longevidad y universalidad de este quid pro quo se explican porque resulta muy eficaz para ocultar y mantener intocada la verdadera causa de la pobreza: el obsceno enriquecimiento de unos cuantos a costa de la explotación de la gran mayoría. Al seguir esta ruta, el reto vital de López Obrador es crear o descubrir un aparato a prueba de la corrupción que genera el ejercicio del poder del Estado, y cree haberlo encontrado en el Ejército. La segunda causa es que AMLO ve claro que la gran masa amorfa de sus pensionados es incapaz de resistir una ofensiva de los conservadores y de la mafia del poder en contra de su 4T. Esa masa, movida por la gratitud, está dispuesta a darle su voto sin condiciones, pero no podría, aunque quisiera, librar una batalla frontal, ni siquiera en defensa de su raquítica pensión. Por otro lado, también ve claro que MORENA no es el instrumento adecuado para educar, organizar y movilizar al pueblo, tarea que exige abnegación, entrega, laboriosidad, disciplina y férrea convicción de principios, nada de lo cual caracteriza a su movimiento. En estas condiciones, no tiene discusión la superioridad del Ejército en la lucha contra los enemigos. La tercera causa es que, al asumir el poder, se dio cuenta de que la vieja burocracia del Estado que ha manejado la cosa pública desde siempre, no cambiará al influjo de su ejemplo de rectitud, honradez y austeridad franciscana, como lo creyó y difundió durante todas sus campañas por la presidencia. Sabe que la corrupción crece y florece a su alrededor a pesar de sus sermones mañaneros, del innegable éxito de sus shows anticorrupción, como mostrar el interior de Los Pinos o el del avión presidencial, y sus agotadores viajes por tierra o con boleto de tercera en aviones comerciales. Y que nada la detendrá. Hay una única salida, que es la que formuló Marx en su momento: derruir hasta sus cimientos el viejo Estado y construir en su lugar el nuevo Estado de la honradez y la honestidad valiente. Pero, ¿con qué elementos construirlo? ¿De dónde sacar los miles de hombres y mujeres incorruptibles que hacen falta? De las masas revolucionarias y del partido que las encabeza, dijo Lenin; pero AMLO no cuenta con ninguna de las dos cosas, como vimos, por lo que esa salida queda fuera de su alcance. Por tanto, en lugar del partido de nuevo tipo, ha decidido colocar al Ejército. Para el presidente, la educación, la organización y la disciplina militar han blindado a las fuerzas armadas contra la ambición de poder y contra la corrupción, y lo han convertido en modelo de honradez, austeridad y eficacia operativa. Gracias a tales virtudes, resulta más que idóneo para garantizar la continuidad de su lucha contra la corrupción, quien quiera que sea su sucesor, siempre que se le otorguen los poderes legales, económicos y políticos necesarios: puede compensar con ventaja la ausencia de masas organizadas y conscientes; puede suplir al partido revolucionario y superar la corrupción e ineficiencia de la vieja burocracia. En una palabra, puede reemplazar con ventajas al Estado tradicional. Para el presidente, la lealtad del Ejército no es problema: su origen eminentemente popular (es pueblo uniformado), su ausencia de ambiciones políticas y su sentido del deber con la patria y con el pueblo, lo ponen a cubierto de cualquier traición o desviación y, para colmo de bondades, no necesita construirse: ya está ahí, listo para actuar. Eso pienso yo, aunque puedo estar equivocado. No creo que López Obrador persiga una tiranía militar sino una maquinaria sólida y eficiente que le garantice la continuidad triunfante de su 4T. Eso no significa que no pueda terminar alimentando una dictadura castrense. No olvidemos que lo mismo pensó Madero cuando llamó a sus seguidores a fundirse con el ejército porfirista porque, derrotado el dictador, no había vencedores ni vencidos y todos eran soldados de la patria; y cuando confió la custodia de su gobierno al chacal Victoriano Huerta; que lo mismo o muy parecido pensó y dijo el presidente Salvador Allende cuando confió en Pinochet. Hasta Mao Zedong, un genio de la revolución y de la estrategia política, confió en el Ejército Popular de Liberación (EPL), encabezado por Lin Piao, para sustituir al Partido Comunista Chino, dominado por la derecha restauradora, difundir el culto a su liderazgo personal que creía necesario y llevar a cabo la Gran Revolución Cultural. Los tres grandes mencionados se equivocaron; y si algo semejante ocurriera en México, la tragedia que se abatiría sobre el país sería sencillamente inmensa. Pero la culpa no sería del Ejército, sino de quien lo habría puesto en condiciones de alzarse con el poder.

Martin Gonzalez Avila 21.11.2022

No a la violencia en Asientos, Aguascaloentes

Martin Gonzalez Avila 21.11.2022

Mensaje a los mexicanos: Acerca del reciente incremento al salario mínimo

Martin Gonzalez Avila 21.11.2022

Mensaje a los mexicanos: Ataques y políticas en contra del INE

Martin Gonzalez Avila 20.11.2022

LA CRÍTICA DE LA POBREZA Y LA POBREZA DE LA CRÍTICA Por: Aquiles Córdova Morán Desde su nacimiento, hace poco más de 40 años, el Movimiento Antorchista Nacional... sostuvo con claridad que el problema básico del país, la matriz de donde nacen y se alimentan casi todos los graves problemas, aparentemente independientes entre sí, que nos aquejan, era y es la pobreza. En efecto, es fácil descubrir, a poco que se piense, que flagelos tales como falta de vivienda; de servicios básicos como agua, gas, electricidad y drenaje; escasos y deficientes servicios de salud; mala calidad de la educación; marginación aguda de poblaciones urbanas pequeñas y, más aún, de las comunidades campesinas; emigración del campo a los centros urbanos del país y al extranjero en busca de empleo; el crecimiento explosivo del ambulantaje y (hoy lo podemos agregar a la lista) el igualmente explosivo crecimiento del narcotráfico y del crimen organizado con su secuela de asesinatos, secuestros, robos a casa habitación, asaltos a mano armada en la vía pública y un largo etcétera, tienen todos un origen común: la pobreza y la desigualdad que afectan a la gran mayoría de los mexicanos. También dijimos desde entonces que la pobreza, a su vez, se origina en la confianza ciega en el mercado y sus leyes, en la creencia de que éste, sin intervención de nadie (y menos del Estado), es capaz no sólo de generar la riqueza que la sociedad necesita, sino también de repartirla equitativamente; que si bien en un primer momento la renta se acumula en pocas manos, con el tiempo y gracias al libre juego de la oferta y la demanda, esa riqueza gotea de arriba hacia abajo creando empleos, elevando los salarios y las prestaciones de los trabajadores y mejorando el bienestar de la sociedad en su conjunto. Antorcha sostenía y sostiene que hay suficientes razones teóricas y datos estadísticos que demuestran que la teoría del goteo, es decir, la distribución automática de la riqueza por el mercado, es falsa; que largos años de estudio y de observaciones llevan a la firme conclusión de que el mercado, librado a sus propias fuerzas, es un eficaz productor de riqueza pero que no contiene un solo mecanismo que permita suponerlo, también, un eficiente distribuidor de la misma. Que, por tanto, ese reparto sólo puede lograrse con medidas dictadas ex profeso para ello, y que este es un deber central de todo gobierno que se preocupe seriamente por el bienestar de sus gobernados, para lo cual cuenta con las facultades legales necesarias y suficientes. En aquel tiempo nadie nos tomó en serio ni nos hizo ningún caso; en vez de ello, fuimos víctimas de una furibunda campaña de insultos, acusaciones y calumnias que distorsionó gravemente la imagen pública y la verdadera naturaleza y propósitos de nuestro movimiento: paramilitares, brazo armado del PRI, esquiroles pagados por el gobierno para desestabilizar y denunciar a las verdaderas organizaciones revolucionarias fueron algunas de las infamias con que se nos calumnió. A ellas se han agregado con el tiempo otras nuevas como invasores, chantajistas, farsantes que lucran y se enriquecen con la pobreza de la gente, etc., etc. Pero la situación ha variado a pesar de todo. Hoy ya no somos los únicos desubicados, los únicos ignorantes y despistados sobre la justicia inmanente del mercado y sobre la teoría del goteo; hoy hay un clamor mundial, un grito de alerta universal sobre el fracaso del fundamentalismo de mercado sobre el peligro que representa la creciente desigualdad social en los países que lo aplican a rajatabla, sin excluir a los más altamente desarrollados, como Estados Unidos o la Unión Europea. Organismos tan poco sospechosos de izquierdismo como la OXFAM, la CEPAL, el Foro Económico de Davos o economistas como Joseph E. Stiglitz manejan datos impactantes sobre la absurda concentración de la riqueza en manos de muy pocos, a costa de los salarios, las prestaciones y las pesadas cargas impositivas sobre las mayorías asalariadas; declaran sin rodeos la falsedad de la teoría del goteo, claman por una revisión a fondo de los principios y leyes de la economía de mercado y llaman a rescatar la democracia, secuestrada por los grupos ricos, para ponerla en manos de las mayorías si es que el Estado ha de asumir en serio el reto de redistribur la renta nacional. Algunos advierten, además, que de seguir la desigualdad como va, lo que nos aguarda en el futuro es, o bien un estallido social de graves consecuencias, o bien un nuevo fascismo para someter a viva fuerza a tantos millones de inconformes. Así pues, según estos puntos de vista, Antorcha tenía y tiene razón. Por eso resulta sorprendente que, a juzgar por el trato que dan al Movimiento Antorchista Nacional los medios, los columnistas y articulistas especializados y algunos funcionarios públicos, no parecen haberse enterado, ni poco ni mucho, de los cambios de opinión en el mundo a que me refiero. Basta fijarse en lo que ocurre cada vez que un grupo de antorchistas sale a la calle a manifestar su descontento, a denunciar la pobreza en que viven y a exigir soluciones urgentes a algunos problemas inaplazables. Es aleccionador ver cómo reporteros que han ganado hasta premios por trabajos de denuncia de la pobreza en algún apartado rincón del país; noticieros y conductores que han hecho fama de defensores de los derechos de quienes menos tienen; intelectuales que pasan por críticos del sistema y hasta por izquierdistas moderados; partidos y corrientes de oposición, etc., se unifican automáticamente ante una marcha de antorchistas y, todos a una, se lanzan al ataque con los viejos, sobados y desacreditados epítetos de siempre, muy repetidos y nunca probados por nadie y de los que ya hablé más arriba, haciendo olímpicamente a un lado el motivo de la protesta y las razones de los inconformes. De paso, acusan también a las autoridades por no aplicar mano dura contra los alborotadores. Es notorio, en cambio, cómo a nadie, absolutamente a nadie de quienes nos atacan, se le pasa por las mientes discutir y desbaratar con argumentos sólidos, nacidos del estudio y dominio del tema, nuestra caracterización de la situación nacional, nuestra formulación y explicación del problema básico y sus derivaciones, y las soluciones que proponemos para remediar la situación. A nadie se le ocurre, por tanto, que puesto que nuestras marchas, mítines y plantones no son otra cosa que la materialización, que la aplicación práctica de nuestro punto de vista sobre la situación nacional y las medidas que demanda, para descalificar esos movimientos y justificar la mano dura contra ellos no se requieren calificativos viscerales ni imputaciones calumniosas, sin sustento alguno en hechos comprobados; que hace falta demostrar la falsedad o equivocación de los argumentos básicos en que se fundan, para de allí concluir lo injustificado e intolerable de tales movimientos públicos de protesta. Ahora bien, ¿cómo se explica este tratamiento erróneo, por decir lo menos? La primera respuesta que se ocurre es el carácter mercenario, de negocio privado, de los principales medios de información; pero quizá exista otra explicación que no se excluye con la primera: la petrificación mental del periodista profesional, fruto fatal de su trato continuo y obligado, sin alternativa posible, con políticos, gobernantes y organizaciones cuyo sello característico es el interés bastardo, la mentira, la corrupción, el chantaje, la simulación y el arribismo entre otros. Este trato obligado e invariante ha incapacitado al profesional de la información para admitir aunque sólo sea la posibilidad de algo diferente, nuevo, con otras metas y con otros métodos de trabajo; y por eso aplican a todo mundo, sin vacilar, la misma vara de medir, las mismas categorías y los mismos calificativos que han aprendido en su comercio frecuente con el hampa política. Los antorchistas, a querer o no, estamos pagando esa deformación profesional: practicamos la crítica de la pobreza y, en respuesta, se nos aplica la pobreza de la crítica que hoy existe en México. Ni modo. Aun así, seguiremos adelante.

Martin Gonzalez Avila 20.11.2022

FUERA JOSÉ MANUEL GÓNZALEZ MOTA #NoALaViolenciaEnAsientos

Martin Gonzalez Avila 20.11.2022

Te estamos esperando, únete. #IESDGO

Martin Gonzalez Avila 20.11.2022

Gente de José Manuel Gónzalez Mota, candidato de morena agredió a simpatizantes de la candidata del PAN, ni un voto a morena. #NoALaViolenciaEnAsientos

Martin Gonzalez Avila 20.11.2022

Mensaje a los mexicanos: Acerca del nuevo año y la economía de los mexicanos

Martin Gonzalez Avila 20.11.2022

Ni un voto a morena, no queremos este tipo de candidato en nuestro municipio. #NoALaViolenciaEnAsientos



Información

Teléfono: +52 618 123 4561

Web: www.movimientoantorchista.org.mx/

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